Si retomamos la famosa frase del monólogo de Hamlet, de la obra homónima de Shakespere -para ejemplificar a través de un sencillo juego de palabras un tanto el dilema que se nos presenta al momento de elegir ser o no ser, estar o no estar, proceder o no de una u otra manera para lograr nuestros propósitos-, habría que poner en la balanza aquello a sopesar, sea algo propio o impropio.
Lejos de pretender argumentar contra la prohibición, cuando se trata del uso de los dispositivos móviles o celulares en las escuelas habría que plantear el problema desde varias perspectivas, a fin de ver qué tan pertinente resulta utilizar o no estos teléfonos en las aulas en ciertos niveles de educación, o si solo es necesario cambiar las estrategias para que los alumnos los utilicen con fines didácticos y prácticos, para que no haya lugar a distracción o mal uso de esa tecnología, sobre todo en tiempos donde la información a la cual se puede acceder a través de ellos está al alcance de un clic.
Y es que la experiencia parece indicar que sirve más orientar al alumno para que aprenda desde su dispositivo móvil que prohibirle su uso. Naturalmente, esto requiere un uso eficaz y una supervisión docente igualmente eficaz. Sin embargo, es aquí donde el dedo en la llaga empieza a arder.
Las tendencias sirven como un termómetro para medir cómo se encuentran las preferencias de los usuarios. Pongamos un ejemplo: el uso de la telefonía móvil en los conductores de autos. A pesar de que hablar o textear mientras se conduce es ahora la principal causa de accidentes viales, según la Cruz Roja en reportes de años recientes (vea https://noticieros.televisa.com/historia/hablar-o-textear-primera-causa-accidentes-viales/), y pese a que las leyes mexicanas de tránsito y vialidad ya prohíben el uso de teléfonos celulares al conductor, ha generado un fenómeno tal que los desarrolladores de automóviles han aprovechado para crear los vehículos autónomos, cuyo uso ha generado también un debate sobre si resultarán o no un avance para el transporte de las personas y las mercancías (véase Los vehículos autónomos no acabarán la congestión vehicular).
Por lo pronto, países de Europa como Francia ya prohibió el uso de los teléfonos móviles a chicos de secundaria. El argumento es simple pero contundente: evitar que los niños se desconcentren de las actividades académicas (véase Francia prohíbe a alumnos usar celular en las escuelas).
Y es que la experiencia parece indicar que sirve más orientar al alumno para que aprenda desde su dispositivo móvil que prohibirle su uso. Naturalmente, esto requiere un uso eficaz y una supervisión docente igualmente eficaz. Sin embargo, es aquí donde el dedo en la llaga empieza a arder.
Las tendencias sirven como un termómetro para medir cómo se encuentran las preferencias de los usuarios. Pongamos un ejemplo: el uso de la telefonía móvil en los conductores de autos. A pesar de que hablar o textear mientras se conduce es ahora la principal causa de accidentes viales, según la Cruz Roja en reportes de años recientes (vea https://noticieros.televisa.com/historia/hablar-o-textear-primera-causa-accidentes-viales/), y pese a que las leyes mexicanas de tránsito y vialidad ya prohíben el uso de teléfonos celulares al conductor, ha generado un fenómeno tal que los desarrolladores de automóviles han aprovechado para crear los vehículos autónomos, cuyo uso ha generado también un debate sobre si resultarán o no un avance para el transporte de las personas y las mercancías (véase Los vehículos autónomos no acabarán la congestión vehicular).
Por lo pronto, países de Europa como Francia ya prohibió el uso de los teléfonos móviles a chicos de secundaria. El argumento es simple pero contundente: evitar que los niños se desconcentren de las actividades académicas (véase Francia prohíbe a alumnos usar celular en las escuelas).
Sin embargo, nuestro contexto social y cultural es muy distinto y distante al europeo. En México más que una novedad resulta un mal necesario: al igual que los vehículos de combustión interna, son necesarísimos para realizar gran parte de la comunicación diaria entre amigos, familiares y un gran etcétera. No obstante, este aparente avance en las comunicaciones produce al mismo tiempo un fenómeno inversamente proporcional: la despersonalización de la comunicación humana. Es decir, así como nos sirve para comunicarnos con alguien de manera inmediata hasta el otro lado del planeta en cuestión de segundos, así también puede alejarnos del compañero(a) de enfrente o al lado de la mesa.
Ante esta paradoja de la posmodernidad, la fascinación que produce en las personas el uso de la tecnología móvil es tanta que se ha convertido en prácticamente una extensión del cuerpo humano indispensable para casi todas las actividades cotidianas. A tal nivel de necesidad ha llegado este uso (o abuso) que resulta igualmente casi imposible separarse de este y, cuando se pierde, olvida o se le separa, se produce un verdadero conflicto tan solo comparable con la pérdida de un ser (humano) querido.
El uso excesivo o abuso del teléfono celular en los alumnos puede provocar no solo efectos adversos en el aprovechamiento sino también efectos nocivos propios de una adicción: ansiedad, enojo, entre otros síntomas considerados dentro de la nomofobia (del inglés No Mobile Phone Phopia), un trastorno psiquiátrico producido por adicción al cell (véase La nomofobia: la adicción a nuestros celulares).
Entonces, ante el dilema que resulta de usar o no el cell en el aula, hay que sopesar en qué medida y por qué razón es justificable usarlo, toda vez que esto implica un reto adicional en una era donde convivimos generaciones que hemos presenciado la transición de lo analógico a lo digital con las nuevas generaciones que posiblemente lo primero que hayan visto al abrir los ojos en este mundo fue un teléfono celular con una cámara grabándolas por un ser humano viéndolos a través de una pantalla táctil.
Hay, pues, que concienciar a los alumnos, capacitar a los docentes, así como a padres o tutores, para que colaboren en una propuesta de solución al problema de una tendencia que crece cada día más y es, al parecer, irreversible.
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