viernes, 1 de marzo de 2013

El carpe diem en “Polvos de arroz”

Dos son los grandes temas que nutren las historias en literatura. Si aceptamos esta aseveración habría que, por supuesto, matizar esa dicotomía. 
     Los dos grandes temas (o pulsiones), el eros y el thanatos, se encuentran como un trasfondo en Polvos de arroz, novela de Sergio Galindo, publicada por primera vez en 1958, obra que inauguró la colección Ficción de la Editorial de la Universidad Veracruzana, la serie conmemorativa Sergio Galindo en 2007, y reimpresa recientemente en 2009. Una de sus novelas más estudiadas y comentadas, como lo muestra el proemio del distinguido escritor Sergio Pitol a esta obra, muy probablemente por la trascendencia de estos temas. 
Ambientada en Xalapa y en la Ciudad de México, y en un contexto histórico relevante en los cambios sociales del país, Polvos… es la historia de Camerina Rabasa, un personaje muy singular que se hace invitar a la casa de su sobrina para visitar a escondidas a un “novio”. El narrador de esta historia observa y cuestiona con gran atino cuál es el objeto de vivir, y nos dice: “Es complicado iniciar la reconstrucción de uno mismo y regresar con otros ojos a una vida vivida hace mucho tiempo, con objeto de apresar su significado, y saber: ¿por qué existe uno? ¿Por qué?” (p. 31). 
Estas cuestiones, como ejes temáticos por los cuales se rige la historia de Camerina, fungen como contrapesos de una balanza, de esa “vida” que le tocó vivir a este personaje que, en el despertar tardío de la pulsión erótica, se da cuenta de la respuesta que tiene su cuerpo ante el tacto, al encontrarse en la casa de su sobrina, cuando se estremece ante la posibilidad de observar su cuerpo en un espejo del baño de la casa en la que se ha hospedado como invitada. Un párrafo crucial ejemplifica ese despertar:

No se sonrojó, pero dentro de ella todo latía con perturbación. Su cuerpo no era nuevo, se sabía así. Resultaba reciente una sensación de pecado nacida de un casi imaginar (no llegaba a atreverse por completo) qué es un contacto, qué las manos ajenas palpando esa carne. Su piel temblaba. El temblor terminó con la frotación enérgica de la toalla. Sus movimientos fueron más rápidos que de costumbre y en unos cuantos minutos estaba vestida, de pie ante el pequeño espejo de la recámara. Allí la acción volvió a su normal lentitud, que acabó con la aplicación –tres veces–, de sus polvos blancos. (p. 44)

Ese leve contacto, al parecer, sugiere que el cuerpo trémulo de Camerina quiera mitigar pronto la extraña y perturbadora, en su momento, sensación erótica.
Camerina, en ese tenor, se halla en el dilema de amar o no amar. Ella proyecta la posibilidad de que Perla, su sobrina-nieta, sea cómplice en la huida para llamar y ver a Juan Antonio, el amante por correspondencia. Ambas salen, en efecto, a recorrer la Ciudad de México, pero Camerina se mantiene indecisa de realizar la llamada que la pondrá en contacto con él. Tal indecisión le hace recordar también que la salida al mercado de la capital veracruzana –en el que se detuvo, cerca de ahí, en un puesto de revistas para comprar un ejemplar de Confidencias e indagar en las cartas las posibilidades y escribirle, por ende, a un joven amante– fue uno de los momentos cruciales que han marcado su sino.
La pulsión del eros, entonces, se muestra como una constante que conduce a la sapiencia de la vida y su contrapeso correspondiente, al de la muerte. Camerina, sin embargo, funge como un contraejemplo. Un diálogo entre Lucio –su sobrino y ella esclarece y ejemplifica esta observación:

–¿Sabes qué te voy a contar? –preguntó Lucio sentándose junto a ella–. Que pronto me caso.
[...]
–¡Casarte tú! No digas tonterías, eres un niño.
–¡No lo soy!
[...]
–Es que pensé... ¡Ay, no me hagas caso!... Pero, ¿lo has pensado bien?
–Sí; suponte que me muero dentro de un par de años... Cuando menos tuve experiencias: viví.
–Sí... –dijo ella en voz muy baja–, es cierto... Sí.
No pensaba en Lucio. Se había puesto triste porque Juan Antonio podía estar muerto; podía morirse: iba a morir. Sacudió la cabeza. No hoy, ni mañana, “un par de años”... Camerina no deseaba pensar en la muerte. No quería temerla, como antes. (pp. 63 y 64)

Este diálogo apoya la idea de que existe un conflicto aunque variable perpetuo entre el eros y el thanatos. Lucio, en el fragmento citado, se sabe mortal, acepta esta condición y esta conciencia le permite tomar decisiones propias, incluso pertinentes, en el momento que vive. Pero Camerina ya no quiere pensar en ese conflicto y, por tanto, en las posibilidades de tener experiencias, pues lo que ella anhela lo posterga al negar el decurso natural del tiempo y las correspondientes consecuencias del entorno que la rodea.
En síntesis, esto se relaciona con el tópico del carpe diem (“aprovecha el día presente”, palabras enunciadas por Horacio en las Odas, I, 11, 8, que nos recuerdan que la vida es corta y debemos apresurarnos a gozar de ella), y se muestra como un trasfondo en esta novela que representa la lucha constante entre los dos grandes temas que nutren no sólo a uno o varios personajes en la literatura sino también, quizás, a la humanidad entera. El título, Polvos de arrozrepresenta además una ironía y una metáfora del transcurso del tiempo: maquillar el presente con polvos de arroz disfraza la mayoría de las veces el problema constante de lo efímera y valiosa que es, o puede ser, la vida. 

Sergio Galindo. 
Foto: Archivo de la familia Galindo, tomada de La Gaceta de la UV 
Abril-Junio 2007, Nueva época Núm.102.

Sergio Galindo, Polvos de arroz, Col. Serie conmemorativa Sergio Galindo, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2009, 84 pp.

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